miércoles, septiembre 28, 2011

Son redes sociales herramientas útiles para promoción literaria


Durante el ciclo “140 caracteres…”, en el Centro Cultural “Xavier Villaurrutia”, Vega Zaragoza (@tundetelas) dijo que la ventaja más significativa para un escritor, es que con el uso de las diversas redes sociales pueda tener una interacción inmediata con el lector. 

Fecha: miércoles 28 de septiembre de 2011
Fuente: Notimex MVS Noticias


México, DF.- Como herramientas efectivas para la difusión cultural, la promoción literaria y sobre todo útil para mantener contacto con los lectores, calificaron anoche los escritores Guillermo Vega Zaragoza y Alberto Buzali a las redes sociales. Durante el ciclo “140 caracteres…”, en el Centro Cultural “Xavier Villaurrutia”, Vega Zaragoza (@tundetelas) dijo que la ventaja más significativa para un escritor, es que con el uso de las diversas redes sociales pueda tener una interacción inmediata con el lector.

Al participar en la mesa “La vida literaria en Twitter como herramienta social para escritores y espacio de difusión cultural”, el también periodista señaló que “los escritores queríamos más lectores, ya los tenemos, ahora hay que hacer una estrategia integral utilizando distintos sitios para crear lectores que nos lean. Es el sueño realizado del escritor, aunque sean nada más 140 caracteres”.

Respecto a la creación literaria en la mencionada red social, dijo que es posible si se habla de géneros breves, como la mini ficción, el aforismo, la máxima, el palíndromo y la poesía, que se han ido adaptando. Aunque “hay una gran diferencia entre tener puntadas y de repente escribir algo que se acerque a un poema o a una máxima, que para aludir a esto necesariamente tienen que contar con ciertas características”, advirtió.

No obstante, señaló, “lo más importante es que la gentes está escribiendo más, pues habían personas que no se imaginaban que podían escribir algo y mucho menos que lo leyeran cientos de personas. Hay gente que se la pasa ´twiteando´ todo el día, desde las cosas más comunes y corrientes hasta cosas de gran valor literario, y eso es de destacar”.

Sin embargo, para el también académico las redes sociales tienen desventajas, una de ellas es la fugacidad, pues a diferencia de un libro, que se puede tener y consultar, en la red social lo escrito se puede perder, pues al mandar un mensaje algunos lo aceptan y otros no.

Por su parte, Alberto Buzali (@betobuzali) señaló que la referida red social es una herramienta útil para el escritor, además “escribir un texto literario en 140 caracteres es un esfuerzo importante”. Recordó que reconocidos escritores, como Juan Villoro, Pepe Gordon, Sandra Lorenzano, Cristina Rivera Garza y Alberto Ruiz Sánchez, entre otros, han demostrado como sí se puede hacer literatura en 140 caracteres.

Acotó que para él, quien es escritor y divulgador cultural, esta herramienta tecnológica le permite anclarse de personas con un buen número de seguidores para lograr mayor realce de difusión. “Porque si una persona como Alberto Chimal, que tiene aproximadamente 30 mil seguidores, o Juan Villoro con más de 60 mil, le envió una nota cultural y la juzgan prudente para reenviar, mi nota se divulgará entre casi 100 mil buzones”.

Aceptó que puede tratarse “no necesariamente de lectores, porque ´Twitter´, es una herramienta de tiempo presente, pero seguro si llegará a mayores porcentajes”, apuntó. En este sentido, señaló, “la cultura merece de esta divulgación, hemos adolecido mucho de apoyo para su difusión. Mi experiencia con esta herramienta fue grande, adoro la divulgación de la cultura y me parece tiste que una nota cultural no se conozca, es como escribir un libro y guardarlo en la bodega”.

Con más de mil 500 seguidores, Buzali aseguró que “si no se divulga fuerte la cultura, esta le va a llegar a menos gente de la que debería”, por eso “yo me propuse arraigarla y para ello utilizó mi propia telaraña. Es una maravilla pensar que de un intento se convirtió en una avalancha inconmensurable”. En este encuentro, también estuvo presente de manera virtual vía la red social la poeta y promotora cultural tamaulipeca Sara Uribe (@RaraUribe) y como moderador el escritor Isaí Moreno.

jueves, septiembre 22, 2011

La vida literaria (Twitter como herramienta social para escritores y espacio de difusión cultural)

El próximo martes 27 de septiembre, a las 7 pm, este tundeteclas estará participando en la segunda mesa del ciclo "140 caracteres" con el tema "La vida literaria (Twitter como herramienta social para escritores y espacio de difusión cultural)". Será en el Centro De Creación Literaria Xavier Villaurrutia de la Condesa.  
Pueden seguir todo el rollo por Twitter a través de la cuenta @CCLXV o por el hastag #140cc. 
 (Dar click en las imágenes para ver la información completa)

martes, septiembre 13, 2011

Formalismo vs. versolibrismo: la falacia

La imagen idealizada del poeta, 
preso de la "inspiración" y la pura voluntad.
Me he tomado el atrevimiento de reproducir aquí este ensayo del maestro Sandro Cohen, porque lo considero especialmente autorizado, fundamentado y esclarecedor para poner los puntos sobre las íes de una vez por todas en cuanto al abierto rechazo de ciertos "poetas" jóvenes (pero no sólo ellos) al estudio y dominio de los aspectos técnicos "formales" de la composición poética, aduciendo una supuesta "libertad creativa" y "espontaneidad". Nada más lejos de eso. Los dejo, pues, con el maestro Cohen.

El verso no tiene la culpa: para abrir apetito o ponerse a dieta (cuestión de enfoques)
por Sandro Cohen
Tomado de Caja de Resonancia.


EN LA LITERATURA, las nociones de modernidad e innovación son resbalosas por relativas: hay obras contemporáneas que nos parecen envejecidas, y textos antiguos que siempre se antojan frescos. No soy el primero en señalar esta paradoja, ni tampoco seré el que logre definir lo moderno en la literatura o especificar el papel de la innovación. Pero me parece necesario reflexionar sobre el tema porque parecería que los mismos literatos han perdido el rumbo en este sentido, sobre todo los creadores jóvenes.

Estamos tan obsesionados con la idea de la novedad que nos hemos cegado a valores artísticos más discretos y, al mismo tiempo, sustanciosos; según este criterio, tanto influencias —lo que uno tiende a ocultar— como homenajes —donde manifestamos conscientemente nuestras influencias— repercuten necesariamente de manera negativa: ningún conjunto de obras debe parecerse entre sí. ¿Cuál de las dos representa novedad? Para ilustrar esta pregunta, ofrezco seis más que no tienen que aceptarse, de manera obligatoria, como retóricas:

1.  Si ha habido innovaciones recientes en la literatura, ¿lo son aún?
2.  ¿Cómo se anquilosa la innovación?
3.  ¿No se trata, en el fondo, de cambios de matiz o de enfoque?
4.  ¿Es cierto que todo buen arte fue revolucionario en su tiempo? [Bach]
5.  ¿Estaremos hablando únicamente del aspecto formal?
6.  ¿Puede haber una revolución de temas, inquietudes o trasfondo humano?

En México se ha librado una batalla estética en torno a la poesía que algunos han reducido a una supuesta pugna entre el formalismo y el versolibrismo. Si permitimos que la problemática se plantee de esta manera, lo más seguro será que nada saquemos en claro, y si algunos críticos lo han planteado así, se debe a su ignorancia de la evolución de la literatura.

Ciertos poetas sienten una verdadera fobia por los aspectos formales de su arte; como todas las fobias, esta se debe seguramente a alguna crisis personal del escritor en cuestión, algún miedo a reconocer sus propias deficiencias como creador, y —para no reconocerlas— niega que existan; invoca a la modernidad y nos asegura que Esas son cosas del pasado… ya no se escribe así. Pero, así ¿cómo? He aquí la pregunta que difícilmente podrán contestar, porque estos escritores, al encontrarse frente a frente con un poema no escrito en verso libre, se paralizan y no pueden ver más allá del hecho de que posee una métrica regular o alguna rima. Su modernidad no se lo permite porque, según ellos, Han superado la tradición; la verdad es otra: no la conocen o no la entienden.

Lo que más impresiona es la rabia mesiánica con que una serie de críticos ha arremetido en contra de los pocos poetas (en realidad, no son muchos) que se han dedicado a comprender y asimilar el fenómeno del soneto, por ejemplo. Y no sólo se trata del soneto sino del verso blanco, la octava real, la décima, la lira y formas nuevas que han surgido de la exploración de aquellas. Hay pasiones creadoras y otras que buscan negar la del prójimo.

Forma, sin forma, informe: “Nosotros, los buenos / Reaccionarios, ustedes"

El planteamiento de una poesía formalista y otra libre no descansa en ninguna base histórico-literaria. La división no puede hacerse de esa manera, en primer lugar porque formalismo implica observación por la forma en sí, y no su empleo afortunado; en segundo lugar, porque el calificativo libre es sumamente vago. La libertad, sobre todo en el arte, no es por fuerza una virtud. Es más: como en otros aspectos de la vida, sin el control adecuado puede resultar contraproducente. De todos modos, me parece que la confusión es reciente, hija de un siglo XX que se vio a sí mismo como un crisol de vanguardias que debían, a ultranza, desterrar lo viejo, lo que oliera a viejo o lo que pareciera viejo.

La moda actual que se llama erróneamente verso libre no es novedosa. Algunos consideran los versículos hebreos una especie de verso libre, aunque para sus autores se trataba simplemente de poesía: aún no conocían los sistemas métricos que los griegos ya habían aportado. Lo importante es reconocer que era verso, que ya poseía una forma gracias a sus cadencias características que, más tarde, darían lugar a otro tipo de forma. De este modo, negar que el verso libre sea una expresión formal resulta un disparate: en rigor, ningún verso puede ser libre si pretende ser verso.

La poesía griega se impuso con sus formas peculiares, su práctica de combinar los pies poéticos ­­—cuya conformación era bastante flexible— en cantidades prefijadas. Podían ser regulares, como en el verso homérico, o irregulares, con base en la combinación de versos de diferentes extensiones. Los romanos asimilaron el sistema griego, lo adaptaron a las necesidades y exigencias de la lengua latina, y así ­­—transformado, enriquecido, vulgarizado, puesto al día— fue trasmitido a todos los países que estuvieron bajo el dominio del Imperio. Las nuevas lenguas románicas, por sus sistemas sintácticos particulares, no podían aprovechar tal cual los esquemas de la métrica latina: el oído de los que hablaban estos nuevos idiomas había evolucionado según otra lógica.

Un lector avezado, al zambullirse en los primeros poemas que pudiéramos considerar de lengua castellana, se da cuenta de que su métrica es aún titubeante. En la tradición juglaresca medieval, por ejemplo, se utilizaban hemistiquios de variadas expresiones: 5, 6, 7, 8 y hasta 9 sílabas. Por otro lado, todavía estaba muy presente la noción de los pies antiguos, la repetición de ciertas cadencias, a pesar de que ya había desaparecido el criterio de las sílabas largas y breves en favor de una cantidad fija de sílabas acentuadas y sin acento. La poesía juglaresca cedió al romance, y en él empezó a regularizarse el metro en versos de ocho sílabas y con asonancia alterna: abcbdbeb, etcétera. Pero ya existía desde el siglo XII el heptasílabo que haría falta para poder asimilar con más naturalidad el endecasílabo que los españoles importarían de Italia durante el Renacimiento.

Tal vez fue el canto lo que imprimió cierta regularidad al verso popular castellano, el que dio lugar a la versificación culta, ya muy cuidada en su aspecto formal. Esto, sin embargo, no puede negar el origen primitivo de nuestra poesía, ese verso irregular que no se ajustaba a la medida fija. El canto popular inspiró al poeta culto, pero este fue quien pudo salvarlo para nosotros, gracias a su oficio; logró universalizarlo al brindarle una forma que rebasara cada expresión regional sin quitarle el alma: estos fueron, quizá, nuestros primeros poetas que además de pasión, poseían oficio. No solo les interesaba el mensaje de alegría, dolor, explotación o trascendencia religiosa que sentían como seres humanos y que experimentaba paralelamente su pueblo. Les preocupaba brindar al contenido humano la forma adecuada que le sirviese de vehículo expresivo capaz de sobrevivir lo inmediato en términos tanto temporales como geográficos.

No les interesaba mayormente ser originales: tomaban temas de la antigüedad, tópicos pastoriles y tradiciones orales para hacerlos suyos. Aprovecharon formas importadas como el soneto para expresar mensajes de muy diversa índole. Góngora adoptó la octava rima para recrear la fábula de Polifemo y Galatea: un poema simultáneamente épico y amoroso, pero sobre todo espectacular en su construcción eufónica y sintáctica que predispone al lector para recibir el aluvión de imágenes con las que el poeta decidió hilar su creación. El soneto era aprovechado para expresar sentimientos amorosos, burlescos y metafísicos; los poetas de los Siglos de Oro lo utilizaban tanto para lisonjear como para denostar; para trasmitir en una cápsula cristalina de 14 versos su ternura o su desesperación. La forma no se imponía a la temática; tampoco podía dictar el tono o el tratamiento de la sintaxis. En breve: el hecho de elegir una forma x para escribir poesía no debe coartar de ninguna manera al escritor; esto no incide en el plan ideológico, sino que ofrece un medio que funciona expresivamente. Es una caja de resonancia. Existen otras, desde luego, pero hay que saber escoger; hay que poder escoger.

Históricamente hablando, en español por lo menos, el verso irregular surge primero. No digo libre porque dudo que exista; como señalé antes, si es enteramente libre, no es verso sino prosa. Pretender, primeramente, que el verso falto de medida fija sea algo novedoso inventado por Baudelaire, Laforgue y Whitman significa pecar de miope. Lo rescataron, entre otros, y fue popularizado a lo largo de este siglo. En segundo término, el verso irregular ­­—mal llamado libre­­— no carece de sentido formal: posee una forma, obedece a las reglas de la expresión poética, aunque estas no sean tan evidentes como en el soneto. El verso sin medida fija es una forma entre muchas, una sola de las que dispone el autor. Si este solo sabe manejar lo que llama verso libre, su autoimpuesta limitación resulta castrante en extremo, como si un compositor supiera maniobrar únicamente en la escala de si bemol mayor y que de ahí no pudiera salir.

Es más: si el poeta no domina la versificación liberal, si no sabe manejar toda clase de verso, dudo sinceramente que sea capaz de escribir un buen verso irregular, libre o el que fuera: el poema cuyos versos fluctúan caprichosamente es el más difícil, y no lo digo simplemente para repetir el lugar común de los versificadores convencidos, sino porque en el verso libre el canto se desafina con facilidad; su caja de resonancia no se halla a prueba de los años; se trata de una cuerda floja en constante movimiento; el riesgo de deslizarse a los terrenos de la prosa es enorme, y hace falta un poeta con un oído sumamente desarrollado para no precipitarse al abismo. Los inexpertos ­­difícilmente salen bien librados; tienen sus momentos brillantes, sus giros afortunados y sus hallazgos indudables. ¿Pero cuántos libros maestros hemos escrito en verso libre en México? Y antes que el lector elabore su lista, que se asegure realmente de que se trate de verso libre: que carezca de regularidad en la cadencia, la extensión del verso y que no recurra a lo que sucede con más frecuencia cuando pensamos hallarnos ante un caso de una composición libre: combinaciones de versos tradicionales o que estos se dividan en dos versos o más.

Por ejemplo: un endecasílabo italianizante en dos versos, de siete y cuatro (o un sáfico en uno de cinco y otro de seis); un heptasílabo seguido por un endecasílabo en una sola línea (Neruda y Vallejo eran adeptos a este truco que nos hacía creer que eran partidarios de la libertad en verso). Este tipo de composición puede mezclarse con heptasílabos o pentasílabos a secas, o pueden unirse en un solo verso un eneasílabo inicial y después un heptasílabo. No hay arbitrariedad alguna; las respiraciones impuestas por el poeta ­­—aparentemente naturales­­— van marcando las cesuras (no se trata de hacer una contabilidad amañada). Existe lo mismo en Sabines, Paz y Huerta.

Por supuesto: las combinaciones no tienen que ser necesariamente impares, ni siquiera tienen que ser necesariamente impares, ni siquiera deben ser de uno u otro tipo: muy popular entre los supuestos versolibristas ha sido el verso de seis combinado con el de ocho y diez. El alejandrino es híbrido: siete más siete son catorce, y este se lleva muy bien con el de once, nueve y siete. Los encabalgamientos, por otra parte, hacen milagros matemático-sonoros y posibilitan combinaciones que producen muy variados efectos rítmicos parecidos a los que se buscan en un verso libre, sin sacrificar la solidez estructural del poema.

A los poetas que han vuelto a explorar los caminos tradicionales han sido acusados de anticuados y hasta reaccionarios de la poesía. Por otro lado, y según los acusadores, los que han abandonado valientemente lo que ellos consideran técnicas superadas representan a los buenos, al ala progresista de la poesía en México. Disiento.

Representan tan solo a la ignorancia triunfante; sus oídos atrofiados ya no captan los matices del verso y así lo confunden con la prosa. Se creen a la vanguardia, cuando en realidad se han acomodado en un facilismo recalcitrante desde su posición de repetidores inconscientes de una poética cuyo modelo es el ahí se va en lugar de encontrarlo en el trabajo, la investigación, la superación constante. No se los puede tomar en serio como poetas, pero editan libros como si de veras lo fueran, y el público lector que impera ­­—desafortunadamente­­— acepta a los gatos como si fueran liebres.

Los puntos sobre las íes: la poesía es la poesía, y ya

Las generaciones nacidas en las décadas de los 40 y los 50 llegaron al mundo bajo el signo de la rebeldía. Eso de tener que aprender a versificar les parecía odioso (hacía falta mucha práctica y se trataba de publicar cuanto antes). Sus miradas piadosas se dirigieron hacia nuevos dioses de la vanguardia que, en su búsqueda de libertad, habían rechazado los viejos cánones. Desgraciadamente, muchos de los nuevos dioses resultaron falsos: sus caminos no llevaban a ninguna parte más allá de la ruptura. Por lo menos ellos ­­—los surrealistas, simbolistas e imaginistas­­— se rebelaron con un claro conocimiento de causa: dominaban a la perfección el oficio antes de lanzarse a la aventura. Quienes nacieron a partir del medio siglo, en cambio, no lo aprendieron de manera natural. Les enseñaron que había que ser libres y que fueran indulgentes con su yo. Que se expresaran espontáneamente. Los burros cuando dan de patadas también se expresan de este modo, pero la riqueza de esa expresión queda en tela de juicio.

Seamos honestos: aunque el surrealismo, por ejemplo, no nos dejó ninguna Divina comedia ­­—ni siquiera una Piedra de sol o Muerte sin fin (por mencionar solo dos libros nuestros que nada tienen que ver con el verso libre pero que ya se han convertido en clásicos­­— nos abrió muchas puertas retóricas. Eso son, porque estamos hablando de arte, no de enchilameotra: quien piense que la espontaneidad lo es todo se equivoca. La poesía debe amanecer fresca en cada lectura, y para lograr ese fin el poeta requiere de mucho colmillo, necesita echar mano de cuanto truco conoce y pueda aprender. La sinceridad del poeta tiene que trasmitirse a un público que él no conoce; debe universalizar su expresión y no perderse en el cuento superficial. Las formas ­­—las que sean­­— se comportan —ya lo hemos visto— como vehículos expresivos, y esto incluye a la versificación irregular, libre o llámese como se quiera. La poesía es un arte, y ningún arte se domina por equivocación o azar; tampoco en tres días. El poeta que no tiene oficio es un dilettante, y tener oficio implica versatilidad, un amplio manejo de recursos artísticos y la dedicación que conlleva un gran respeto. Este respeto entraña —a su vez­­— la obligación de asimilar sus lecciones; si no, estaremos condenados al descubrimiento del eterno hilo negro.

Creo que lo anterior es demostrable a la luz de la experiencia que hemos acumulado colectivamente durante los últimos 50 años. Si los repetidores incautos de la supuesta poética versolibrista hubiesen comprendido a sus maestros, se habrían dado cuenta de que no se trataba de verso libre.  ¿Cuántos Efraín Huerta chiquitos hay en México ahora? ¿Cuántos Jaime Sabines? ¿Cuántos Octavio Paz? Y, para colmo, si uno ensaya la forma cerrada o el verso blanco, es un imitador de lo passé; como si el endecasílabo fuera propiedad de Gilberto Owen, Rubén Bonifaz Nuño o Garcilazo de la Vega,  y no un verso (como ellos lo llamarían) democrático.

El verso libre, por otra parte, puede resultar tan o más ampulosamente retórico que cualquier soneto renacentista. El que no puede ver más allá de la forma ­­—verla por lo que es­­— no es más que un ciego literario. El crítico que califique un verso u otro de sobado peca de ingenuidad (a estas alturas, no hay verso que sea virgen ni remotamente sin mancha). Si un verso o una forma más elaborada persiste, será porque aún funciona. ¿Los endecasilabos de Othón son menos sobados que los de Paz o Pellicer? Los versos, por sobados que sean, no pierden su validez. Lo que sí la pierde son las actitudes fijas que no pueden con un mundo cambiante.

Si la forma sofoca al poema, no es problema de la forma sino del poeta. Esto quiere decir que aún no ha llegado, que no ha dominado su oficio. Puede ser cuestión de tiempo si el talento existe, pero este vale poco sin el oficio, o en el mejor de los casos se desperdicia. Triste situación la nuestra cuando se elogia a la ignorancia, y a la excelencia se le teme. Yo le apuesto a la disciplina, el talento y la pasión de los que se han molestado en formarse de manera sólida; a los que le hacen al bluff social, creyendo que así se harán poetas de veras, el tiempo les asignará su rincón en la historia.

domingo, septiembre 04, 2011

Presentación de "El Mal" de Miguel Tonhatiu


sábado, septiembre 03, 2011

Mujeres amadas, de Marco Tulio Aguilera Garramuño



“El negro afirmaba que Irgla tenía atrofiado el órgano espiritual que les posibilita a las mujeres amar. Es una glándula que está situada entre la quinta y sexta vértebras. A veces, a causa de un golpe o de mal funcionamiento del sistema endocrino, el líquido que posibilita ese olvido de sí mismo que es el amor, cesa de fluir. Entonces las mujeres, para sustituir la carencia, comienzan a vivir las relaciones afectivas exclusivamente por medio de la imaginación. Se inventan un amor tras otro y cuando están a punto de entregarse, se sienten una resequedad en todo el cuerpo y buscan cualquier pretexto para terminar.” 

Esta es una de las incontables disquisiciones que Marco Tulio Aguilera Garramuño (célebre por sus libros Breve historia de todas las cosas, 1975 y Cuentos para después de hacer el amor, 1983) pone en boca de los personajes de Mujeres amadas, novela en la que el protagonista Ventura trata de explicarse  por qué la mujer que desea – la norteña Irgla, para más señas – no sucumbe ante sus insistentes ruegos amorosos. El libro transcurre entre los esfuerzos de Ventura para conquistar a la escurridiza Irgla y la perplejidad de aquél ante la resistencia femenina a la entrega. 

Para lograr su objetivo, Ventura (quien, para variar, es un escritor becado en una universidad gringa adonde llega para hacer “imperialismo al reves” y que es comparado con: "...ése que  se llama, ése que escribió la novela llena de gente, el árbol genealógico, fíjense, muchachas, just imagine, una promesa de la literatura”) emprende una cruzada intertextual con Irgla para lograr que su glándula amorosa secrete líquido embriagante que la hará caer en el olvido de sí misma. Ventura se convierte entonces en Casanova, el Marqués de Sade, Marcel Proust, Henry Miller, David Herbert Lawrence y, sobre todo, en Sherezada, ni más ni menos. Cada día Ventura cuenta delirantes hazañas genitales encaminadas a inflamar la pasión de su musa y así poder mantener la cabeza sobre sus hombros. Sin embargo, al final se descubre que Ventura es, como todo fabulador, un mentiroso exquisito.

Aguilera Garramuño maneja múltiples niveles de escritura. Nos sitúa como espectadores, protagonistas, delatores, fisgones y confidentes de la paródica conquista de Irgla. Ventura, es decir, Aguilera Garramuño, practica una mimética de la seducción. En cada oportunidad le guiña un ojo a Irgla con sus historias, pero se lo cierra con el puñetazo de su indiferente y socarrona castidad. Tres cuartas partes de la novela transcurren entre este toma y daca de la pareja, deambulando de un nivel a otro de lectura, haciéndonos cómplices de los juegos eróticos ajedrecísticos de Ramos e Irgla, en los que él mueve sus piezas narrativas creyendo poner en aprietos a su reina, sin darse cuenta de las intenciones de ésta al acomodar su juego sobre el tablero. El seductor, como sucede en muchos casos, resulta seducido y cae. La última parte del libro parece, de hecho, un descenso, no exento de humor, a los infiernos. Ramos–Dante sale de la universidad en pos de su amada y la sigue hasta su regiomontana ciudad natal. En un tono totalmente distinto, menos festivo, más lúgubre, Ramos nos narra su encuentro con un mundo extraño y el enfrentamiento con la disolución de su ideal.

Así contada, la trayectoria de Ventura no tendría la menor importancia. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, hemos asistido a la aparición de varias novelas que intentan desentrañar la crisis de la pareja. ¿Es Mujeres amadas la novela de la pareja de los ’80? debajo de la intención manifiesta de hacer una enciclopedia del amor del siglo XX, Aguilera Garramuño, con una ironía lindante en la exquisitez, denuncia y desecha lo que se llama estiércol sentimental: “la felicidad imbécil de repetir los mismos actos" y se burla de ello. Desfilan en las páginas de la novela todos los hombre que se han enfrentado a la resistencia de principio de su objeto amoroso, después de jubilo de la conquista, tras el suplicio de “la prueba de amor” y, finalmente de la relación. La novela es un largo forcejeo entre la búsqueda de una relación amorosa entre seres libre y la realidad de una relación amorosa infantil. 

Podría entenderse a Mujeres amadas como una crítica al machismo, pero, de hacerlo, es una crítica despiadada a las mujeres que lo hacen posible. Irgla es, al mismo tiempo, una y todas las mujeres. Al igual que ella somete a Ventura a sus extraños ritos de castidad y a sus juegos erótico-infantiles para soterrar un pasado que le avergüenza, toda mujer aspira a una pureza casi divina, prefiere mantenerse intocada y situarse como inalcanzable a cualquier mortal para no revelar su misterio (que la mayoría de las veces resulta decepcionante). La virgen de Murillo  que ilustra la portada resulta elocuente del sentido que guarda la novela: nadie sabe que se esconde detrás de su velo. De cualquier modo, y como conclusión, en la distancia que media entre pura y puta no hay más que una letra.

(Esta reseña fue publicada originalmente en el suplemento Sábado del diario unomásuno en ocasión de la primera edición de la novela, de la cual acaba de aparecer la tercera edición bajo el sello de la Universidad Veracruzana)

viernes, septiembre 02, 2011

La respuesta es: Nadie hace bien lo que le corresponde

 

El presidente de FEMSA, empresario regiomontano, dueño de compañías refresqueras (nada menos que de la Coca Cola en México), cerveceras y de tiendas como OXXO, dijo ayer, aparentemente consternado y sorprendido por lo que está sucediendo en Monterrey y en general el país:

“Es momento de preguntarnos: ¿en dónde estamos fallando?, ¿qué hemos dejado de hacer o hemos hecho muy mal?, ¿en dónde estaban los padres de estos jóvenes que toman la vía fácil y se involucran en actos delictivos tan terribles?, ¿qué pasó con sus maestros?, ¿qué sucedió con su escuela?, ¿qué hicieron o dejaron de hacer nuestros gobernantes?, ¿dónde estábamos los empresarios que no hemos conseguido dar más trabajo?”

La respuesta es muy sencilla:

Nadie hace bien lo que le corresponde.

- Los padres no enseñan a sus hijos los valores adecuados para la convivencia social, que son, básicamente, la honestidad y el respeto.
- Los profesores no educan, las escuelas públicas son un desastre por culpa del sindicato y las privadas sólo lucran.
- Los gobernantes no gobiernan, no saben hacer política, sólo roban y cuidan sus muy particulares y partidistas intereses.
- Los empresarios no emprenden, van a lo seguro, sólo explotan los recursos del país y a los trabajadores. Sólo buscan la mayor ganancia con el menor esfuerzo y en el menor tiempo posible.

Y los ciudadanos sólo nos quejamos y exigimos a los demás que cambien, pero en la vida diaria sólo contribuimos al desastre nacional saliéndonos por la tangente: "¿Y yo por qué voy a cambiar? Yo estoy bien. Que cambien los otros, que son los que están mal".

¿Así o más claro?  ¿Quieres que el país siga igual? Sigue escurriendo el bulto. Sigue haciendo mal lo que te corresponde. Es decir, sígue haciéndote pendejo.

Si te interesa promover el cambio, comparte esta nota. El primer paso para dejar de hacerse pendejo es tomar conciencia.

(Esta es la información completa: http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9019373)

jueves, septiembre 01, 2011

Violencia y silencio



por Guillermo Vega Zaragoza

"Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie", dijo Theodor Adorno años después de que el mundo conoció los crímenes de los nazis en contra de los judíos. Nunca entendí la razón profunda de semejante afirmación. Me parecía una exageración. Hasta que hace unos días todo el peso de su verdad me cayó encima, como una inmensa lápida. El primer acercamiento fue con el caso del asesinato del hijo del poeta Javier Sicilia. El escritor aseguró públicamente que no volvería a escribiría poesía después de lo que le había sucedido.

Pude entender que el dolor de perder a un ser querido de esa manera puede llegar a ser insoportable (si a veces lo es aunque la muerte no sea tan trágica). Pero Sicilia no sólo decidió no escribir poesía sino que se propuso impulsar un movimiento ciudadano para tratar de cambiar la situación de violencia por la que atraviesa el país. Encabezó una marcha de Cuernavaca a la Ciudad de México, convocó a la sociedad civil a unirse en torno a un acuerdo nacional y emplazó al gobierno y los partidos políticos a cambiar de una vez por todas para acabar con la impunidad y la injusticia. La biografía de Sicilia, su formación cristiana, su compromiso social y su experiencia política lo llevaron a tomar esa decisión, a convertir el dolor en energía positiva, quizá con algo de martirologio, de expiación: querer sacrificarse, como Cristo, por los demás.

Sin embargo, simple y sencillamente, no todos tenemos la preparación y las agallas para tomar una decisión semejante. Pienso en cómo hubiera reaccionado yo ante una situación como la de Javier Sicilia. Definitivamente, me hubiera hundido en una profunda depresión, quizá de semanas o meses; no hubiera querido saber de nada ni nadie, mucho menos se me hubiera ocurrido salir a la calle a marchar y protestar.

Lo reconozco: soy débil, miedoso y egoísta (muy parecido a usted, estimado lector). Siempre había sostenido esto: mi dolor de muelas me duele más que tu cáncer, simplemente porque el dolor de muelas lo siento yo. Pero ¿qué pasa cuando el cáncer parece estar invadiéndonos a todos? O peor: cuando seguimos creyendo que es un dolor de muelas, pero en realidad se está convirtiendo en un cáncer incurable.

Esta certidumbre me asaltó luego de leer el escalofriante (uso esta palabra por no encontrar otra mejor) relato de un sobreviviente de las matanzas perpetradas por la banda de los Zetas en San Fernando, Tamaulipas, y que han salido a la luz al descubrirse casi dos centenares de cadáveres en las llamadas “narcofosas” de esa población. El testimonio apareció en el blogdelnarco.com (fuente no oficial de muchas historias y testimonios provenientes de los mismos narcotraficantes o, por lo menos, de alguien muy cercano a ellos) y fue retomada por varios periodistas. El asunto es que los Zetas “levantaron” a las víctimas en los autobuses que iban rumbo a Reynosa, ultimaron a los viejos y enfermos, violaron a las mujeres jóvenes, lanzaron a un perol con ácido a los niños y les dieron sendos mazos a los hombres para que se destrozaran entre sí. Los sobrevivientes pasarían a formar parte de las fuerzas especiales de los Zetas, “el otro ejército”.

He resumido al máximo el relato, porque lo que me interesa resaltar es: ¿Cómo responder a eso? ¿Qué reacción debo tener: indignación, coraje, asco, ira, miedo, desolación? ¿Todo eso junto? ¿Qué hemos hecho, TODOS (por comisión o por omisión, de esto no escapa nadie), para llegar a esta situación? ¿Podemos seguir llamándonos civilizados? Y lo peor: ¿tenemos alguna esperanza de solución? Yo no la sé. Y mi primera reacción ante ello fue guardar silencio, por no saber qué decir, por sentir, precisamente lo que afirmó Adorno: “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Escribir cualquier cosa después de conocer esos actos sucedidos en San Fernando y permanecer como si nada hubiera pasado podría parecer hasta obsceno. Pero no lo es. Es probable que Adorno haya querido decir que sólo escribir poesía después de Auschwitz, sin hacer nada más, es un acto de barbarie, porque lo que hay que hacer es empezar a cambiar esta realidad antes de que el cáncer en verdad sea incurable. Y sí: lo primero que nos asalta es el silencio pero luego tenemos que actuar, y entonces, sólo una vez después de haber actuado, otra vez, escribir.